Edición 19, enero de 2020

Editorial

Ahora que hablamos de despoblación, o de retornar desde la ciudad a los pueblos, hemos de contar que La Tajadera lleva un par de años descubriendo lo que es desandar los pasos de nuestros abuelos, que fueron desde el pueblo a la gran ciudad en busca de unas oportunidades que entendían que el campo no ofrecía.

Y en ese trayecto desde Madrid y Barcelona al Jiloca y su ribera, no solo hemos parado en Calamocha, donde hemos podido encontrar grandes amigos, como Raluca, rumana de nacimiento, pero arraigada en Teruel, quien ha asumido la responsabilidad de gestionar la cafetería y restaurante del hotel Lázaro, y quien nos abre sus puertas en este número 13 de la nueva etapa de La Tajadera. Hemos ido un paso más allá aún, para encontrarnos con un lugar sorprendente en pleno corazón de Teruel, aunque hasta 1838 estuvo vinculado a las vecinas Aldeas de Daroca. No referimos a Torrijo del Campo.

Desde su Torre que se alza desde la Iglesia de San Pedro, la más alta de cuantas adornan la comarca del Jiloca, se divisa ese inmenso paisaje turolense, capaz de enamorar y transportar en el tiempo al visitante. Toda quietud y silencio, y testigo de un pasado de esfuerzo y lucha de las gentes de campo de la ribera del Jiloca. Su otra gran seña de identidad, son los chopos cabeceros que la adornan, y cuya poda, es capaz de congre-gar a centenares de vecinos, que observan con asombro, las habilidades de la poda, de la que llegan a recrear todo un espectáculo.

Pero si algo tiene Torrijo de atractivo, son sus vecinos. Gente acogedora y noble, que hacen sentir al visitante un escenario acogedor y cercano, de personas sin dobleces, sin aristas. Lo puede el lector comprobar en los personajes que aparecen en este número. Las hermanas Terrado Tomás, por cuyo establecimiento cada día fluye uno de los aromas más nobles que uno puede encontrar en el campo, el olor del pan recién hecho. Los carpinteros, Adolfo Terrado e hijos, herederos de un oficio que siempre estuvo presente en nuestros pueblos, y que hoy se ha ido adaptando a las nuevas formas y materiales que el mercado demanda. O la figura de Dorín, otro personaje venido de las tierras de Rumanía y que se ha integrado en Torrijo como uno más, aportan-do su esfuerzo, trabajo y convivencia en el bar del municipio.

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Los amantes de la música, reconocen a los instrumentos fabricados por el taller de José de Sesma, reconocen a los órganos procedentes de sus talleres, como uno de esos instrumentos únicos que uno puede escuchar por su calidad y sonoridad. Tener un Sesma, es como tener un Stradivarius o un Guarnieri si hablamos de instrumentos de cuerda. Su finura y expresividad, en las manos apropiadas, puede transportar al espectador a los mejores momentos musicales del barroco español. Tal es la relevancia de estos instrumentos, fabricados por este organero y que están diseminados por distintos municipios de Aragón, que la Fundación Ibercaja, dedica un ciclo de conciertos a las joyas musicales construidas por este artesano y que son cotizadas en el mundo entero. Se me había olvidado. La Iglesia de parroquial de Torrijo, acoge un Sesma.

No dejaré está líneas sin hacer referencia a una publicación local, a la que ya consideré en el número 11 de La Tajadera la revista El Azafrán que lleva treinta años siendo un referente en la comarca y a la figura de Mariano López Serrano, debe tanto.

Nueva etapa, nueva cabecera, nuevos sueños. Nuevo soporte y nuevos proyectos que le acompañan. Reinventarse cada día. Estudiar cada mañana, descubrir nuevos afanes, nuevos espacios, nuevos momentos, nuevos sabores y sensaciones. Esos son los retos que nos hemos puesto para que los lectores, sientan que el Jiloca y sus aledaños, son un espacio vivo, al que merece la pena prestar atención y venir. Tal vez alguno lo haga para un rato, La Tajadera ha querido anclarse a la ribera del Jiloca, de forma permanente.