Edición 30, Septiembre 2021

Editorial

Quienes han hecho alguna vez el viaje por carretera Madrid–Zaragoza, quedan sorprendidos por los cambios de paisaje que, se van sucediendo a medida que atravesamos las diferentes comunidades autónomas, que los cruzan. De las encinas de un solo pie— muchas de ellas centenarias— de la Comunidad de Madrid y los matorrales de tomillo y romero que pueblan su suelo, uno se adentra, nada más pasar Guadalajara, en una nueva mezcla, un espejismo de pinares que, por unos momentos parecen anunciar un verdor que languidece, tan pronto uno alcanza el bellísimo castillo de Torija, y se asoma a la crudeza de la «terrible estepa castellana» definición que le diera Manuel Machado, en su poema «Castilla». Kilómetros de una extensa llanura que, se sucede hasta Santa María de Huerta, ya en tierras sorianas. Al entrar en Aragón el paisaje es diferente, numerosos barrancos y colinas, dominadas por los yesos, que el cierzo y los años, han ido moldeando de forma a veces caprichosa nos reciben. Los caprichos del viento en la Ibérica zaragozana.


Hacemos esta divagación, porque imaginamos que, esas sensaciones son las que viven una y otra vez el matrimonio de madrileños, que han puesto en explotación —en tierras darocenses— la magnífica finca del «Pago de la Boticaria » y que nuestro editor, ha tenido a bien traer a este número. Amor a la naturaleza, conservación minuciosa del medio ambiente y, sobre todo, dejar que sea la tierra quien moldee sus caldos, hacen de esta explotación vitivinícola, un espacio único que, arroja también un producto de enorme calidad.


Pero no hemos de salir de las tierras de Daroca, para encontrar al nuevo personaje que, recoge este número de la Tajadera. Me refiero a un bilbilitano, recriado en Cariñena, al que el destino afincó finalmente en estas tierras. Su paso por el cuidado de nuestros montes, como profesional forestal, le ha hecho aprender a moldear la madera, tan solo con una motosierra o una simple hacha. Nos referimos a José A. Orduña Jiménez, «El escultor de la Motosierra», que puede jactarse de no haber cortado jamás una rama, con el fin de crear una obra. Él aprovecha cuantos materiales se desechan en su trabajo, que está lleno de guiños a la naturaleza, por la que siente un profundo respeto.


Anda también el editor, enfrascado en descubrir personajes, oficios y linajes de Caudé, Torrijos y Daroca. Enfrascado en archivos de cementerios, aflorando nuevas historias que iremos desgranando en próximos números.


No faltan en este número las reflexiones y artículos de nuestros colaboradores. Así, Manuel García Gargallo, nos trae a la memoria las olvidadas canteras de Fuentes Claras, que el diccionario de Madoz, nos recuerda que eran ricas en «piedras para ruedas de aceña muy estimadas». Cuantas ruedas de molinos de la zona, habrán parido sus entrañas. Molinos de los que en próximas ediciones nos seguirá contando historias David Saugar. Y hablando de Fuentes Claras, se incorpora a nuestro elenco de colaboradores Rosa María Tovar, también natural de la localidad. Y en este trotar por tierras aragonesas, este número, se detiene en la localidad de Bello, ya que, Pascual Sánchez nos trae un curioso suceso acaecido en el municipio.


Como ve el lector: entretenimiento, personajes y paisajes, vuelven a llenar un número más, las páginas de La Tajadera. Entren y disfruten.

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